En la orfandad de los pantanos se oye melancólicamente la poesía de los espectros, mientras que una dama de cabellos albinos se paseaba por las lóbregas orillas del pantano. Aquella dama había vivido desde siempre bajo las sombras de los robles en aquel pantano, al abrazo de aguas nebulosas.
Ella era la reina de aquel palacio de agua y lodo, la princesa de la soledad y tristeza, pues en aquel pantano de aguas cenagosas sólo se oía el croar de los sapos, que estos mismos aprendieron a amarla y a escuchar sus cánticos de sílfide, mientras ella se paseaba a la luz de un mortecino candil entre las hojas de los árboles.
La doncella se adentraba todos los días por laberintos de sendas interminables, hasta llegar a una olmeda en medio del bosque y, un día, la dama se quedo inexorablemente enamorada de un antiguo olmo a la orilla del río. Talia, que así se llamaba la doncella de los bosques, poseía la agudeza suficiente para sumergirse en las almas de los árboles y explorar su corazón recubierto de escarcha.
El olmo también se había enamorado de aquella figura, cuales cánticos le hacían sonreír y que brotaran nuevas hojas de sus ramas, aquella mujer era su alegría de vivir, su atisbo de luz en sus noches sin fin, pues aquel olmo existía desde épocas pasadas y su vida ya tendría que haber terminado, desde mucho antes que la dama emergiera desde la profundidad de los bosques.
Talia y el viejo olmo aprendieron a amarse a pesar de sus diferencias, pero aunque los dos intentaron negarlo, ambos sabía que aquella unión no podría salir bien, pues había un muro infranqueable que separaba a los dos amantes en diversas realidades. Un día se apareció de entre las cenagosas aguas del estanque una hermosa bruja, que hizo un pacto oculto y maldito con el olmo de los pantanos.
A las semanas siguientes, Talia, que coronaba sus cabellos con flores silvestres, corrió hacia el viejo olmo. El olmo presentaba aquel día las hojas marchitas y los brotes deshidratados, la situación se agravó durante las semanas siguientes, y el olmo cada vez se volvió más y más enfermo, rebelando cada vez más los resquicios de vida que le quedaban.
Al cabo del tiempo ya sólo quedaba del olmo un viejo tronco y sendas de hojas marchitas alrededor de él. La dama, envuelta en lágrimas, jugó a enterrarse entre aquel páramo de hojas muertas y a dormir entre la hojarasca, intentando encontrar algún resquicio de vida entre la floresta. La doncella, intentando acabar con su sufrimiento, se arrojó al estanque, dejando que su cuerpo flotase en la quietud de las aguas para germinar de nuevo en la lobreguez de las tinieblas.
Cuentan en las mas oscuras leyendas, que nadie volvió a saber jamás lo que le ocurrió a aquel cuerpo céreo e inánime, pero todavía aseguran las hechiceras encorvadas que, todavía hoy, se escuchan sus cantos de sílfide, remotos, desde las profundidades de los bosques.
Poco después de la muerte de Talia surgió de entre las hojas muertas del olmo, la voluptuosa figura de un hombre que aseguró ser el viejo olmo, al que una doncella de cabellos blancos eclipsó su corazón para el resto de su existencia.
Para querer volver a reunirse con su amante el viejo olmo acabó con su vida sumergiéndose, como su amada, en las aguas invernales bajo el silbo del viento. Pero más allá de un pantano inundado en nieblas, la princesa difunta seguirá apareciéndose, cual ninfa espectral al caer la tarde, cuando llueva en la intemperie de los árboles desnudos o cuando el otoño tiña de ocre las profundidades de un río arcano,en un lugar donde los dos amantes estarían separados hasta el fin de las épocas.
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