domingo, 4 de enero de 2015

Florida Kilos.

Lineas blancas por todas partes, billetes de un dolar enrollados encima de la mesa. Estamos todos juntos, todos estamos bien. Se nota en el ambiente el pegajoso calor del verano, como si hubiéramos pasado la noche con alguien arropado.
No sabemos si amanece o atardece, si hace frío o calor para ponernos algo encima. Estamos pegajosos de los unos de los otros. La vida es como una tarde de verano, infinita, somos el sábado eterno con el que sueñan algunos.
Ya ni siquiera recordamos cuándo empezó todo esto, cuándo dejamos de seguir una rutina de vida para meternos en una rutina en la que ya no tenemos vida. Han pasado ya... ¿Varios años, varios meses...? Era como vivir mirando el crepúsculo sobre hamacas en un paradisíaco lugar en medio de ninguna parte, esperando que el sol se pusiera y llegara la noche. Pero esa noche nunca llegaba, el sol nunca desaparecía, se limitaba a mirarnos de forma cansada como si quisiera aguantar todo lo que pudiera antes de llegar a desaparecer.
Era bonito mirar a ese sol, era bonito mirar de lejos nuestra antigua vida. Las luces naranjas nos impedían volver la vista atrás e imaginar el cielo azul que era lo que habíamos vivido. Pero no importaba, era más bonito imaginarte algo nuevo, imaginar que antes los diamantes fueron nuestros mejores amigos o que olíamos a perfume caro durante todos los días. Champán y billetes que se derrochaban día tras día y que solo tenían el uso de cambiarse por cosas. Eran bonitos esos días en los que los billetes solo tenían ese uso. Es gracioso que te den un trozo de papel que después tiene que ser cambiado. Se supone que el papel vale para muchas más cosas.
El colchón donde nos tumbamos es nuestro nuevo hogar. Ya es como si fuéramos animales, no necesitamos apenas nada. Solo pasamos el día comiendo pomelos, esa fruta que cada día me parece más y más de animales. No nos gustan las naranjas, una naranja es una fruta de personas. Una naranja la pelas y al comerla te manchas con su zumo, es una fruta para tomarla tranquilamente, tomarla en apenas unos instantes y seguir con tu vida. Con un pomelo no pasa eso, pelar un pomelo es en sí uno de los actos más puros que existen. El pomelo es la naturaleza en sí misma. No puedes sentirte solo si estás comiendo un pomelo.
Son muchas las costumbres que hemos adquirido. Hemos aprendido a mirar el mundo de otra manera, a conformarnos con casi cualquier cosa. Ahora es como si los objetos tuvieran vida propia, una personalidad arrebatadora y encantadora que nos incita a amarlos y quererlos como si fueran nuestros amigos. Ya ninguno imaginamos nuestra vida sin ese espejo de mano color rosa y decorado con pegatinas de princesas.
Ese espejo es ahora especial por mucho que esté deteriorado, por mucho que cueste ahora ver nuestros reflejos. Una capa de polvo blanco mancha e impide ver nuestro reflejo, puede que sea mejor así. Antes éramos hermosos, antes podíamos haber hecho cualquier cosa, antes queríamos encontrar el amor. Éramos como esas pegatinas que decoraban el espejo, dulces princesas que podían haber sido amadas por todo el mundo. Ahora nuestro rostro no tiene siquiera nombre, es inútil describirnos, supongo que solo basta con decir que no se asemeja al de las princesas, aunque suponemos que en el fondo el mundo nos ama de su propia forma.
Realmente el crepúsculo es bueno para nosotros. Durante el crepúsculo estamos tranquilos, la noche ya no es buena para nosotros. Hubo un tiempo que sí lo fue, un tiempo donde ese espejo rosa se convirtió en nuestro mejor amigo. En esos días no existía un atardecer infinito. Durante esos días los tiempos eran normales. Nos levantábamos a las dos de la tarde con una sonrisa en el rostro, nos esforzábamos durante las horas de luz en hacer cosas reales, en sentirnos parte del mundo al que estábamos dando la espalda. Luego durante la noche podíamos volver a nuestro mundo de irrealidades, esa oscuridad en la que tanto habíamos aprendido a confiar.
Éramos compañeros, éramos los más felices, o al menos eso nos gusta recordar. La noche ofrecía todo lo que nunca hubiéramos deseado y éramos tan amigos que sabíamos que podíamos controlarlo. Cada noche las luces eran más bonitas, las copas nos sabían mejor y la música parecía entendernos aún más. Ese mundo era nuestro, independientemente de que hubiera más gente alrededor nuestro. Todos podíamos ser amigos, todos estaban en su propio viaje en busca de nosotros mismos. Es increíble lo mucho en común que teníamos con todas esas personas con las que nunca llegamos a hablar. Y es que ni si quiera nos hacía falta hablar.
El espejo rosa cada vez estaba más y más sucio, ya apenas nos mirábamos al espejo. Ya no lo necesitábamos, ya no queríamos saber más de nosotros mismos. Ahora éramos un conjunto de gente, compartíamos todo, no queríamos nada. Solo nos preocupaba manchar más y más aquel espejo.
Era bonito porque vivíamos en el Paraíso, era bonito porque ya no nos alejábamos de él. Cuando nos echaron de nuestra casa fuimos a buscarnos la vida junto a nuestro espejo rosa. A ninguno de nosotros nos importó dejar todo aquello atrás. Sabíamos que acabaríamos encontrando algo tan bonito como esas hamacas de las que os hablaba antes. Las hamacas y los colchones serían quienes cuidarían de nosotros ahora, nuestros refugios donde pasar las resacas. Serán ellos quienes se encarguen de que estemos cómodos, de que solo tengamos que preocuparnos por observar este gran crepúsculo que es ahora nuestra vida.
Decimos que ya no necesitamos amor, que ya no necesitamos cariño, pero no paramos de comer pomelos en un intento por no sentirnos tan solos. Pero sentirse solo no sirve de nada, sentirse querido tampoco sirve de nada. Es mejor comer pomelos.
A veces recuerdo mi vida anterior, a veces recuerdo cuando tenía ganas de hacer cosas reales. A veces recuerdo lo mucho que me importaba mi aspecto, lo rutinario que era arreglarme para ir a algún lugar, preocuparme por peinarme y cortarme el pelo, decidir qué ropa me iba a poner. Era bonito hacer cosas reales, comer a horas normales en una gran mesa con un mantel elegante en un lugar donde las luces brillan. Allí no me hacía falta recoger pomelos de la basura.
No sé porqué empecé a hacer esto, por qué quise huir de todo lo que todo el mundo ama. Supongo que fue porque llegó un punto donde no podía soportarlo, donde ocurrió algo que hizo que todo mi mundo supiera a soledad. Un punto donde mis respiraciones se volvieron muy muy fuertes y los momentos donde no saber si llegaría a salir del baño vivo se volvieron inaguantables.
No sé si fue porque te echaba de menos, no sé si fue porque no me veía ni me veo lo suficientemente fuerte como para disfrutar de lo que se supone que es bueno. En ese momento aparecieron ellos y comprendí que pasarme las horas apoyado en la pared del baño con lágrimas en los ojos no iba a solucionarme nada, que debía seguir intentando olvidar, aunque la solución no fuera la más apropiada.
Y a veces pienso en todo lo que no necesito, todo lo que la mayoría de la gente que conocía quería conseguir. A veces creo que vivo en el Infierno, que este Paraíso no es el correcto, que estos compañeros de viaje me arrastraron a este punto donde a veces me veo morir. Los miro a ellos, veo a una chica con una corona de plástico en la cabeza que ya ha pedido ya sus joyas de plástico. Se la ve feliz, ella se cree una princesa, pienso que todos podemos ser lo que siempre hemos querido, puede que ella sea la reina de las nubes. Pero en algunos momentos, cuando creo que el crepúsculo da una luz diferente, pienso que nos equivocamos, que este Paraíso nunca existió y que dudo que lo haga algún día.
A veces pienso, a veces pienso que todo nunca fue tan bonito, que todo esto es algo que ha creado nuestra cabeza, que no existen los Paraísos. Pero luego mancho nuestro espejo rosa y se me pasa.

viernes, 2 de enero de 2015

Body Electric.

Las luces rojas son especiales, son más hipnóticas que el resto. Nunca he sabido por qué pero parece que todo está más concentrado, más atestado, más sudoroso. Es como que la luz roja te ensimismara y fueras capaz de bailar con otros ritmos, otras sensaciones. Eres una elección aburrida para el resto, nunca serás como esa luz roja. Nunca serás tan hipnótico ni tan fluorescente, nunca serás nada.
Es duro verte bajo la luz roja, bajo esa luz eres incluso más maravilloso de lo que yo hubiera podido imaginar. La luz roja te sienta bien, te sienta demasiado bien. Nunca una luz me había hecho tanto daño. No porque a mí no me sentara bien, que yo no fuera agraciado ni querido bajo la luz roja era algo que ya había asumido hace tiempo. Ahora el problema es que para ti la luz roja era todo lo contrario, todo lo que a mí no me daba te lo daba a ti y durante toda la noche podías hacer lo que quisieras, tu mente podía hacer lo que quisiera.
Me estaba sentando mal verte, yo no hacía más que intentar fundirme con la luz roja, desaparecer entre la gente y hacer que al menos algo me quisiera durante una noche. No quería mirarte, no quería acercarme a ti, era como si tu roce me quemara. Yo no dejaba de repetirme que no quería nada, que todo iba a ser más complicado para mí. Pero cada vez que lo decía yo ya sabía que lo cierto era que lo quería todo. Es horrible no conseguir lo que quieres, es horrible ver aquello que nunca vas a poder tener. Y es que durante un tiempo puedes controlarte, puedes hacer como que no pasa nada, puedes ser lo suficientemente fuerte como para vivir con ello y hacer de tu vida un lugar feliz. Pero luego empiezan esos momentos donde quieres morirte, donde tus fuerzas desaparecen, donde sientes que cada día es una bofetada que te das tú mismo en un intento de seguir con aquello que pensaste que superarías.
Es como si él contara con un poderoso ejército, una defensa que le hace inalcanzable a mis movimientos, intenciones y a todo lo que a mi me gustaría. Sientes como si sus lanzas me apuntaran todo el tiempo y yo intentara amar cada uno de sus pinchazos, como si quisiera demostrarlos que aún así me dejaría querer por ellos, dejar que me hicieran daño porque es la única manera que tengo de demostrarles que en el fondo no me importa, que no me importa recibir algo que se supone que merezco. Querer algo es hacerte daño, tener el deseo de destruirte poco a poco entre tus entrañas. A fin de cuentas lo que muere aquí es el alma, o el cuerpo, o ambas entre las lanzas.
Sientes que cantas a ese cuerpo que va a hacerte sentir eléctrico, es cuerpo que ahora es joven y que te divierte de manera desesperada. Continua con esa mirada que tan estúpido te hace sentir mientras la luz roja os abraza. La luz roja es lista, la luz roja ha sabido elegir, la luz roja va a hacer que él elija a alguien mejor que tú, alguien a quién le favorezca su color, alguien cuyos movimientos también se vuelvan eléctricos e hipnóticos bajo su iluminación. Alguien diferente a ti.
Y tú solo bailas, tú solo bailas intentando que se fije en ti, intentando que las cosas cambien de una vez por todas y decida amarte aunque solo fuera por un instante. Pero somos realmente estúpidos pensando que una noche de cariño pueda cambiar toda una relación. Nos da miedo obsesionarnos y que se obsesionen con nosotros ¿Por qué decidimos ser tan nuestros?¿Piensas que no te dejaré nunca, que me obsesionaré contigo?¿Y qué tiene de malo que seamos de alguien y que ese alguien nos trate como le de la gana? Parece que nos han hecho ya tanto daño al dejar nuestro ser a otros que ya no queremos hacerlo nunca más.Y es que no tenemos que pedir explicaciones, nos lo han demostrado miles de veces, no necesitamos sufrir una vez más para darnos cuenta de ello.
Y es que todos necesitamos algo a lo que aferrarnos, algo que sintamos que va a ser nuestro para siempre, aunque las cosas nos salgan mal, que esté ahí para que podamos seguir desde el principio. Es como si quisiéramos hacer todo lo que siempre hemos querido, como si llegara el día en el que quieres dejar todo y construir todo otra vez, pero no todo. Nos da miedo empezar a construir todo en su totalidad, necesitamos ese algo de referencia, ese algo que nos va a apoyar cuando tengamos tantos problemas. Todo es más fácil cuando hay algo a lo que aferrarnos, todo es más fácil si tu cabeza piensa que tienes eso ahí. Y muchas veces creamos a ese clavo dentro de nuestra cabeza, un clavo que parece perforarnos hasta hacernos sangrar.
Puede que sea algo inventado, algo que tu cabeza quiere que exista y que en el mundo real no tenga validez, pero mientras no se haya desmoronado ayuda a tu mente a seguir. Puede que sea más duro que tu clavo sea irreal, a nadie le gusta que se le desmorone todo de repente. Cuando creas muchas cosas que solo funcionan en tu cabeza es fácil que lo real de derrumbe y, con ello, todo lo que hacías imaginado.
Entonces vuelves al mundo real, a ver las cosas como debías haberlas visto hace tanto tiempo y te das cuenta de que no tienes nada, que los clavos han desaparecido, que necesitas desesperadamente volver a encontrarlos y volvertelos a clavar lo más rápido posible, sin dolor, pensando que es lo mejor que puedes hacer.
Pero tú sigues bailando, yo sigo bailando, yo sigo con mis preocupaciones mientras te miro y sigues disfrutando con la cabeza muy lejos de aquí, con tu mente ocupada en otros asuntos más importantes que yo. Es una rutina de gente enferma, es como pasarte el día recibiendo escupitajos de los que bebería si hiciera falta. Es tanto miedo lo mío y tanta locura lo tuyo que ni siquiera la luz roja ha conseguido devolvernos el oxígeno.
Lo mejor es dejarlo pasar, asumir una vez más que estás acostumbrado, aprender a bailar para otras luces y esperar que alguna te considere lo suficientemente bueno como para ofrecerte su luz. Todos en el fondo estamos solos, incluso los que parece que van por la calle conquistando farolas a su paso. Dicen que es más fácil conquistar a una cerveza y a una luz, encontrar tu lugar en el mundo lejos de todas esas personas que solo han sido capaces de dejarnos miedo y que se han ido con una sonrisa. Me encantaría poder destruirles esa sonrisa a todos. Ya no queda un aprecio, ya no queda un sentimiento de querer conseguir vuestro cariño. Ahora solo queda un odio, un afán de borraros esa sonrisa y que me hagáis tanto daño para haceros sentir culpables durante el resto de vuestra vida.
Pero para ti no quiero eso, no voy a enfadarme porque bailes bajo la luz roja o porque tu mirada siga pareciéndome tan hipnótica como el primer día. Tú no tienes la culpa de nada, tú has intentando hacer las cosas lo mejor posible. Vas a dejarme muchas más cosas buenas que el tener miedo y creo que he aprendido a ser justo y a saber aprovechar todo lo que puedes ofrecerme, aunque no sea todo lo que yo quiero. A ti nunca voy a odiarte.