El palacio de la media luna, oculto entre la nebulosa niebla de los infinitos cielos, aparecía cada noche en cuanto la luna se hacia presente en su mágica nocturnidad; todos los días; noche tras noche; luna tras luna. Para luego desvanecerse con los primeros rayos solares.
Aquel era el palacio de los sueños, la maravilla de los nueve reinos en el que la soledad abundaba entre los corredores y salones de aquel palacio celeste. El palacio, con inmensas cúpulas que eran acariciadas por los rayos crepusculares, ofrecía infinidad de diferentes colores a cualquier hora en el que él se hace presente.
Allí, entre los fríos balcones, se encontraba un hermoso ángel de fracciones amables y cabello dorado. Él siempre había vivido en aquel palacio y nunca había salido de aquel lugar desde que nació. No pudo salir de allí, pues sus hermosas alas blancas presentaban una malformación que le impediría volar. Él jamás podría volar y, para un ángel, aquello era peor que la muerte. Sólo podía andar, moverse hacia una pequeña isla flotante durante el día para esperar a que, al salir la luna, el palacio de la medialuna apareciese en el cielo evocando sus majestuosas columnas y sus formas idílicas.
Pero el ángel en realidad no estaba solo. Una humana le contempló desde la montaña mas alta, y allí brotó su amor por aquel idílico ángel del cielo que eclipsó su corazón para el resto de su existencia. Ella, día tras día, subía hacia la cumbre de la montaña para entonar funestas melodías en las cuales hablaba del un refulgente amor que sentía por él, acompañadas de las notas de un violín carmesí. Ella entonaba todos los días sus cánticos, con la esperanza de que su voz se elevara sobre las nubes y que llegara a los oídos de aquella criatura alada prisionera en la infinidad del cielo.
El hermoso ángel escuchaba las melodías con especial melancolía. Los ángeles no lloraban, pero las hermosas melodías de aquel ser mortal perlaban su rostro de lagrimas por el blasfemo amor que se había producido entre ellos. Así pues, aquellas hermosas criaturas estaban juntas, pero eternamente separadas hasta el final de sus vidas.
El ángel sabía que estarían eternamente separados y eso hacia que se preocupase por su joven amada, ella no viviría mucho tiempo, para aquellas criaturas divinas la vida de los humanos no era mas que un pequeño suspiro. El ángel, sintiéndose culpable de el mutuo sufrimiento, se levanto de entre las sombras y se asomó a las balconadas del palacio, donde se oían con mas claridad los cánticos de su amada, y una lágrima resbaló por su mejilla. Y después de derramar todas las lágrimas de su lisiado cuerpo, se abalanzó hacia el vacío con la intención de acabar con su existencia. El ángel cayó estrepitosamente desde el cielo estrellado para caer entre un páramo de hojas muertas mientras el grito de una joven dama ascendía a los cielos.
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