domingo, 12 de octubre de 2014

Los Chicos de Blanco.

Era como estar dentro de un sueño. Como si todo hubiera pasado a ser lo suficientemente aburrido como para que todos decidieran marcharse y no volver jamás. Nadie lo esperaba, pero de pronto los colores ya no decían nada. Solo eran una sucesión de saturaciones que iban penetrando en tu mente una y otra vez, igual que el goteo del agua en un grifo viejo y olvidado, incansable en su afán de que alguien escuche su sonido.
Todos esos colores hacían que su cabeza se destruyera, que dejase de pensar y oír los sonidos que provenían de los más oscuro de su mente perenne. Todo hacía daño, todo evocaba a lo sufrido, aquello no podía salir desde tan adentro... Las paredes parecían hablar por sí solas, miles de mensajes de grafiteros que habían plasmado aquellos mensajes con un porro de la mano se mostraban ante ti. Las paredes frente a las que se encontraba ahora parecían tener vida propia, como si hubieran pasado toda su existencia observando todos los movimientos que iban haciendo quienes se acercaban. Su rostros grotescos y mensajes blasfemos para una sociedad ya muy antigua parecían juzgarle, recordarle lo que había pasado en la realidad. Y él ya estaba cansado, ya estaba harto de repetirse su misma historia una y otra vez. Ya tenía bastante con su mente, ya tenía suficiente tortura durante el día, no necesitaba que unos colores y dibujos en forma de letras le recordasen aún más aquello que más odiaba.
Todo eran respiraciones ahogadas, como si un pez pudiera ahogarse dentro de las aguas, dolores sin sentido, todo frío y despedido hasta que aparecieron dos sombras de entre los árboles, todo ellos etéreos, difusos como un día de niebla, acercándose de forma sinuosa hacia las paredes. Llevaban cada uno un cubo de esos que nadie presta atención y dos grandes sonrisas en sus rostros. Eran como mágicos, como salido de algún lugar del que no hubiera oído hablar y se movían y sonreían, me observaban y sonreían, como si no importara que no les importase eso que me importaba.
Entonces abrieron uno de aquellos cubos, repleto de pintura blanca, un blanco que parecía no decir nada, un blanco que parecía estar muerto porque siempre parece que cuando hay blanco es porque realmente ya no hay nada. Era como si con ese blanco lo hubieran perdido todo, se hubieran quedado completamente vacíos, o puede que hubiera sido todo lo contrario, que ese blanco invitara a hacer algo nuevo, a descubrir cosas que mi mente nunca quiso descubrir.
De alguna manera, aquellos dos seres sacaron de sus bolsillos varias brochas y pinceles, dejando que mi mano los cogiese, invitándome a mojar varios pelos del pincel en el blanco más absoluto. Era como si de repente me sintiera ridículo, como si fuese una situación del todo surrealista ¿Qué era todo aquello?¿Por qué debía pintar de blanco? Pero cuando el blanco se quedó en la pared fijado, como acostumbrándose a su nuevo hogar, mi mente cambió. Aquellos monstruos ya no parecían tan poderosos, ya no parecían hacerme tanto daño. Yo era el dueño de aquello, podía acabar con todo aquello.
Y empecé a pintar, a tapar cada uno de los rostros que me juzgaban, a jugar a hacer desaparecer lo que hasta entonces nadie se había atrevido a quitar. Y yo pintaba, y pintaba, y las pinceladas tímidas y temblorosas pronto se convirtieron en enérgicos brochazos, sin importar que la pintura salpicara y resbalase por la pared fría y cristalina. El blanco chorreaba por todas partes, ya no importaba que se manchara, ya no importaba eso de pintar uniformemente. Ahora era como si la pintura quisiera vivir, nacer de nuevo para morir una y otra vez, como un torrente de algo que sus ojos nunca habían visto.
Y los dos seres pintaban también, los dos seres también se encargaron de transformar el muro. Pero más que el muro, lo que estaban transformando era esa realidad. Esos dos seres habían creado un lugar secreto, nadie podía verme, nadie podía vernos. Solo pintábamos de blanco sin tener el miedo a que alguien nos descubriese, sin tener miedo a que alguien nos pudiera ver. Ahora solo tenía importancia el Mundo del Blanco, un mundo que apenas habíamos comenzado a crear y que parecía mucho más puro que todo lo que había visto.
Aquello duró horas, horas que no importaban en el Mundo del Blanco. ¿Qué más daba qué hora fuera?¿Qué más daba si empezaba a llegar el frío? Ya nada importaba, ya nada me importaba dentro del mundo que había dejado antes de crear ese nuevo. Ese mundo me entendía, en ese mundo podía ser yo mismo y, mientras estuviera pintando las paredes, el suelo... todo lo que veía a mi alrededor, podía estar donde siempre había deseado estar.
Y yo seguía pintando, y los chorretones ahora me parecían más bellos que nunca. Descubrí que aquel blanco también contaba miles de historias que eran mucho más difíciles de ver. El blanco era reservado, no dejaba que todo el mundo viera todas las historias, no quería que todo el mundo fuera capaz de ver todo lo que había creado. Y entonces llegó un punto donde ni siquiera hacía falta utilizar pintura para seguir en ese mundo, que el pincel ya desgastado y sin pintura también podía servir para ser amados. Ya no había necesidad de seguir usando aquel color, ya no había necesidad de seguir luchando contra el mundo real, porque ya le habíamos ganado.
Los dos seres reían, bromeaban, "Malévich estaría orgulloso decían","¿Realmente estamos limpiando o estamos ensuciando?" y la respuesta a aquella pregunta no importaba, cada uno podía pensar lo que quisiera. Yo solo sabía que estaba feliz, que estaba contento, que había conseguido llegar hasta allí y que no quería marcharme nunca. Y entonces cogí más pintura y la hice resbalar por mi cuerpo, invadiendo también todo mi ser con la esencia del todo.
Pero aquello se desvaneció, mi móvil sonó y en un instante se destruyó lo que en horas habíamos conseguido crear. Había sonado una alarma, un recordatorio de que debía volver al mundo real. Tenía quitar la pintura de mis manos, cambiar mi ropa... volver a mundo real...
Tenía demasiados problemas como para seguir en el Mundo del Blanco, ya no iba a ser capaz de olvidar todos mis asuntos y llegar hasta a ese mundo de nuevo. Se había acabado la estancia, se había acabado ese tiempo donde olvidarme de todo, se había acabado el tiempo para no estar cansado de mí.
Y a las siete y media me tuve que marchar a casa de aquel amigo que nos presentó, quien hizo que tú entraras en toda mi historia. Había pasado el verano, había intentado refugiarme en el Chateau Marmont muchas veces sin resultado. Había intentado por todos los medios olvidarme de ti. Pero cuando volví a esta ciudad todo empeoró, nunca pensé que me haría tanto daño volver a un sitio donde había sido tan feliz. Tú ahora estabas por todas partes, tú ahora estabas en los rostros de todos los presentes. No podía dar un paso sin que sintiera que estabas cerca, que te iba a ver después del verano, después de todo lo que había pasado.
Y estaba asustado. No sabía cómo ibas a reaccionar, me daba miedo pensar que estabas cerca, que te iba a ver, que tú no habías terminado, pues solo con saber que tarde o temprano nos íbamos a encontrar hacía que mi mente muriera. No era lo mismo encontrarme contigo antes del verano, no era lo mismo haberte visto cuando aún las cosas estaban recientes, la situación no hubiera sido tan incómoda. Pero ahora era diferente, pues una vez que había pasado de por medio un verano en el que no habíamos intercambiado palabras yo no estaba nada seguro de qué podía pasar. Yo no estaba preparado para volver a verte.
Pero tenía que joderme, vivir con ese miedo a encontrarme contigo, con tus amigos, girar mi cabeza para saludarte y que tú miraras hacia otro lado y que pasaras de mí como yo ya había asumido que has hecho. Aquello era horrible, era como si hubieras entrado en mi cabeza, como si por cada cosa que yo hiciera toda esta maldita ciudad aprovechara cualquier instante para decirme que las cosas no eran tan fáciles.
Y finalmente me encontré contigo en ese bar donde todo huele a hierba y donde vive el humo más bonito que jamás haya visto. Yo estaba muy borracho, todos estábamos muy borrachos. Había encontrado en la calle al amigo que nos presentó, en medio de todo el barullo de gente que deseaba seguir con la noche. Y ya era muy tarde pero él me dijo dónde estabas para que aquella felicidad que había construido se desvaneciera en un instante. Aquella noche yo estaba pasándomelo bien, no estaba preparado para verte. Íbamos a ir a ese sitio, iba a pasar, necesitaba verte una vez más, saludarte y cerrar la historia, que tú supieras que este año también estaba aquí, que yo supiera que tú ya no querías nada conmigo.
Y no me equivocaba con esto que he dicho antes. Bajamos todos las escaleras hacia aquel lugar y no me costó demasiado reconocerte, yo te hubiera reconocido en cualquier parte. Estabas de espaldas, riendo, con una cerveza en la mano. Y en ese momento ya no sé cómo lo hice, no sé cómo pude decidirme pero saqué las fuerzas para ir a saludarte y decirte algo, un simple "hola",  algo que de alguna manera yo necesitaba. Te giraste y fue extraño, fue muy extraño volver a verte. Ya ni siquiera sé de lo qué hablamos, ya ni siquiera recuerdo qué me contestaste sobre cómo te había ido el verano. Supongo que sería algo sin importancia, algo como un "bien" ¿Qué otra cosa podrías contestar? Fue hablar por hablar, llenar con palabras un momento demasiado incómodo como para quedarnos callados. Lo que si recuerdo claramente fue verte gesticular los labios, contestándome, mientras que mi mente decía "tienes que irte, deja de hablar con él" y era lo más cierto que pensé esa noche. No sabía qué pretendía conseguir al contigo, era como restregarme por la cara una vez más que ya nunca podría conseguirte, que no iban a ocurrir más cosas con ese chico del que apenas sabía nada. Pero no sé, yo necesitaba saludarle, necesitaba saber que no iba a ocurrir nada más, que de ahora en adelante él pasaría a ser otra persona más en la lista de gente que seguirás viendo y a la que apenas saludarías. Pero yo ya estaba tranquilo, había pasado el verano. Ya no había nada que hacer.
Al menos puedo decir que habló conmigo, que tuvo la suficiente consideración para dedicar al menos tres minutos de su existencia para prestarme atención. Otra persona podría haberme hecho un feo mucho mas grande, podía haberme tratado peor en ese momento, puede que igual sí que quisiera hacerlo pero yo ya estaba demasiado borracho como para poder enterarme.
Me quedé mal, pero a la vez estaba a gusto, ya no iba a tener más miedo a encontrarte, había sido fácil eso de verte de fiesta, era mucho más fácil que verte un día de diario a la luz del día por una de esas calles donde parece que nunca deja de pasar gente.
Estaba feliz pero al mismo tiempo estaba harto de mí mismo, estaba tan cansado de mí, de mi mente, de tener esa estúpida necesidad de verte para volver a darme la hostia otra vez. Estoy harto de que mi mente sea tan caprichosa, que haya creado de la nada todo ese sentimiento hacia ti, hacia una persona a la que apenas conozco, que tiene su propia vida y sus propias historias y que a mi mente no le da la gana asumir. Y es incómodo, es horrible porque hasta que no consigue lo que quiere, hasta que no consigue quedarse tranquila a mí me mata hasta que no puedo más.
Es como que ya estoy harto, como que ya estoy cansado de que esto siga así, que tenga que estar pendiente de ti porque a mi mente le da la gana. Cada día pienso una cosa diferente sobre ti, cada día analizo la historia una vez más pese a que nunca descubra nada nuevo. Es como una rutina, como un ritual, como lo que fue en su momento empezar a pintar con el color blanco. Pensar en ti es ya una rutina que se ha convertido en castigo. Es ya una obligación, como los rezos dentro de una religión, y el daño que me hiciste tú y el daño que me hace ahora mi mente hace que piense que realmente haríais una pareja perfecta dentro de todo este mundo que cada día es menos blanco.
A la semana siguiente volví a verte. Estaba en la calle de ese mismo bar donde te vi la vez anterior, yo estaba apoyado en la pared, sin saber a donde mirar hasta que te vi a ti. Ibas deprisa, andabas hacia abajo, ahí sí que a mi mente ni se le ocurrió pensar la idea de ir detrás tuyo a saludarte, mi mente ya se ha encargado demasiado de humillarme ante ti.
Supongo que soy esa típica persona que tiene la mente enferma y que se obsesiona por las personas, que soy esa persona que necesita dar el coñazo una y otra vez, que necesita darle vueltas a todo y que no es capaz de superar los hechos y salir adelante como la gente normal. Y me da miedo que esto siga y siga y siga y siga, porque sé que en el fondo ya no merece la pena, que hace ya meses que debía haber dejado de pensar en ti y haber dejado de martirizar mi cabeza con la imagen de tu sonrisa, tu maldita sonrisa.
El día que salí del Mundo de Blanco fue porque iba a ver a mi amigo. Yo sabía que no íbamos a hablar sobre ti, ya era un tema demasiado explotado, demasiado cansado para todo el mundo excepto para mí. Yo tampoco quería sacar el tema, era mejor dejarlo estar, que hay temas que nunca llegan a entenderse y eso es lo que a mi cabeza le fastidia. Me fastidia que me ilusionen, me fastidia que jueguen conmigo, me fastidia que pese a todo eso yo siga pensando en ti.
Y pues ahora lo único que puedo hacer es escribir todos estos textos que cada día tienen menos sentido y coger fuerzas para volver al Mundo del Blanco. Poder pintar una y otra vez tu cara y tu sonrisa de color blanco, esperando a que algún día se borre, esperando a que algún día esté lo suficientemente preparado para olvidar que debajo de toda esa pintura blanca aún está esa sonrisa.