lunes, 21 de abril de 2014

West Coast.

"Baja a la playa, vive en la playa" no dejaba de repetir mi mente, noche tras noche, día tras día. Y es que la playa para mí siempre fue algo especial, algo mágico que hace sentirme viva. De pequeña pasaba las horas enterrada entre la arena y ahogada por las olas. Era como una relación de amor odio de esas de las que tienes con alguien. El mar es violento, peligroso, pero al mismo tiempo infinitamente bello.
Fue ésta el motivo por el que vivo casi siempre en las playas, malviviendo pero al mismo tiempo sintiendo cada día que pasa como el más intenso de todos. Parece que la vida ya no ofrece más posibilidades y que moriré haciendo aquello que más me gusta, sí, moriré haciendo esto.
La playa es un extraño viaje, un extraño lugar porque sabemos perfectamente que estamos perdidos, que el mar es un enorme lugar donde venimos todos a morir, sí, vamos allí a morir. Pero antes de eso vamos a encontrarnos, a perdernos en su inmensidad en busca de nosotros mismos, en busca de nuestra libertad antes de encontrar nuestra muerte.
Y es que la Costa Oeste nunca me pareció tan bella, nunca me pareció tan inmensa. Camino todas las mañanas sin saber donde voy a llegar, sin ser consciente de si estoy andando hacia otra playa o recorriendo la misma una y otra vez. Me gusta andar, me gusta moverme, hacer algo, caminar y caminar como si deseara que con hacer eso mi vida avanzara. Todos necesitamos que nuestra vida avance.
Los días pasan y cuando llega la noche voy a algún sitio cercano, me pongo cómoda y voy a disfrutar de la noche. No me gusta dormir, no me gusta descansar, solo quiero que mi vida avance por siempre. Entro en los locales sola, me gusta que nadie sepa quién soy, me gusta entrar cada día en un sitio distinto pese a saber que la gente es igual que en la pasada discoteca.
Fumo y fumo y bailo y bailo sin importar que la gente me mire. Me gusta que me miren las bestias hambrientas que habitan en los locales. Esos hombres que solo piensan en arreglarse para confiarse en que esa noche lograrán su sueño. Esos hombres que no ven más allá de desarrollar todos sus músculos hasta convertirse en rocas, convencidos de que nadie nunca les va a romper. Cada uno de nosotros tiene una manera de buscar la felicidad, cada uno de nosotros se disfraza de alguna manera para parecer más fuerte. Ellos se compran ropa y viven en el gimnasio. Yo camino y camino hasta que me canso y es cuando pienso en que puedo aportarles algo de felicidad a su vida.
En realidad la felicidad es para ellos, para mí solo es algo para pasar el rato. Antes aquello era lo que me mantenía fuerte. Sentir el cuerpo de un hombre sobre mí hacía sentirme segura, hacía que me sintiera libre, hacía que me hiciese sentir yo misma.
Pasé años buscando hombres teniendo miedo a pasar un día soltera, buscando un cuerpo donde agarrarme y me quiera, buscando encontrarme a mí misma entre sus sábanas para saber qué es el verdadero amor.
 Pero esas cosas nunca salen bien, son como el alcohol, la moda, la droga o los libros, son todos substitutos por un amor que nunca va a llegar. Un amor que nos han enseñado a idolatrar, a pensar que si aquello no aparece nunca llegaremos a ser felices.
Todas esas historias que un día nos hicieron creer ahora descansan entre las profundidades del océano, y yo misma deseo que nunca vuelvan a la superficie.
Creo que si algún día una de esas historias se hiciera realidad yo sería feliz, pero no quiero pensar que para ser feliz tengo que ser infeliz anhelando algo que aún no ha llegado. Las cosas no son así, mi mundo no funciona así. Prefiero caminar, moverme, ir de ciudad en ciudad en busca de una playa, sumergirme en el mar y no parar nunca nunca nunca para así no tener que hacer frente a algo que no avanza. A cada paso que doy intento que aquello que no avanza se quede atrás.
Sé que todo esto un día va a tener que parar, que voy a tener que hacer frente a todo esto, que muchas veces digo que moriré aquí en el mar, en la playa, caminando con una sonrisa porque sé que todo va a salir bien. Pero sé que es muy difícil y que mi propia historia es una irreal historia de amor entre el mar y yo en la que yo estoy enamorada del mar y éste solo se dedica a escupirme en la cara.
Por eso muchas veces pienso en meterme en el mar y nadar, nadar hasta que mi cuerpo no pueda más. Casarme por fin con el mar y ser feliz para siempre. Pero no me atrevo, no soy tan fuerte o débil para hacer eso. Lo único que sé es que pasaré años caminando por la playa hasta el momento en que encuentre algo mejor o algo que me haga que me olvide de los paseos.
Estaría bien tener una casa, siempre me han dicho que es lo que tienes que hacer: tener una casa, un marido y uno o dos hijos para enseñarles lo poco que has aprendido en ésta vida, aparte de cocinar galletas y tomar café con un grupo de vecinas cotillas. Sé que es eso lo que la gente espera de mí, sé que es eso lo que a mi padre le hubiera gustado que fuera. Pero no llego a entender por qué no soy capaz, por qué tengo que recorrer los caminos de la playa huyendo de eso, huyendo de algo que sé que me va a atrapar y me va a asfixiar hasta el día de mi muerte.
Sé que huyo, sé que no me enfrento a la realidad, sé que estoy haciendo algo que no va a tener un buen fin pero es lo único que sé hacer, lo único que me aporta algo de felicidad en estos momentos haciendo sentirme viva de alguna manera. Es mi eterno noviazgo antes de casarme con el mar para siempre.


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