domingo, 27 de abril de 2014

Paradise III

Sales de aquellos lugares perdidos, aquellos lugares que fueron cobijo tuyo durante un tiempo pero que ahora parecen borrosos recuerdos que se van perdiendo en la lejanía. El whisky hace que se hayan vuelto borrosos, los mareos al bailar hacen que todo parezca que de vueltas cada vez que piensas en ellos. El humo del tabaco nubla tu mente y parece que todo lo que ese mundo te ofrecía quisiera desaparecer de tu vida, como si te rechazara, como si pensara que tu tiempo aquí ya ha terminado, como si ya hubiese agotado todas tus posibilidades y estuviese cercana tu muerte.
Es en éste momento cuando decides marcharte en busca de aquello que todo el mundo que entraba en el lugar ansiaba. Es el momento de buscar los Paraísos, volver a encontrar aquel Paraíso del que caíste aquella vez, solo que ésta vez será diferente, tu vida ha sido diferente. Es hora de volver a intentar encontrarlo pese a saber de sobra lo perdida que estás en estos momentos.
Sales a las ciudades, a las calles, y alquilas un coche para viajar, para moverte de un lugar a otro persiguiendo un sueño que aún no sabes que existe. Te mueves en la tierra de los dioses y monstruos sin importarte nada, sin buscar un sitio donde asentarte, dejando olvidados todos aquellos clubs y todos aquellos lugares donde un día te encontraste a ti misma. Aquí en este mundo todos están ahora igual que tú, todos buscáis los paraísos y tenéis miedo de que sea demasiado tarde como para encontrar el tuyo propio. Eso te asusta, te echa para atrás, te da miedo, pero es como ese momento en que quieres arrancar una rosa: debes pincharte para poder conseguir la belleza que quieres.
Y ocurre un momento en el que te cansas de viajar, te cansas de seguir intentando conseguir aquello que añoras. Los viajes en coche durante la noche y la visita a las ciudades durante el día ya no son bonitos, ya no te transmiten nada. Estás perdida en el mundo sin saber dónde está esa entrada al Paraíso, una entrada donde a cada día que pasa menos convencida estás de encontrarlas.
Las ciudades parecen bonitas, parecen agradables, puede que sea bueno pasar un tiempo allí, tener una casa y vivir entre diablos y ángeles por la eternidad, buscando algo que mate el tiempo y te ayude a salir de allí. Compras una casa, compras varios libros, compras varias cosas que te ayuden a permanecer allí durante un tiempo. Y ese tiempo se transforma en años y meses. Años y meses en que lo único que haces es leer y mirar por la ventana cada día, esperando alguna señal, esperando encontrar algo que te lleve de vuelta. En la vida nunca te habías sentido tan idiota, tan estúpida, tenías la oportunidad de vivir en el Paraíso, la oportunidad de pasar allí el resto de tus días y por un estúpido capricho decidiste bajar al mundo mortal, morder la manzana del árbol prohibido y perseguir unas ilusiones que a la larga no han servido para nada.
Estaba bien el tiempo en que trabajabas en el local, estaba bien hacerse la interesante presumiendo de que tú no buscabas el Paraíso, pero aquello solo era porque apenas hacía tiempo que habías bajado de él, que si hubieras pasado toda tu vida fuera de él hubieras estado como estás ahora, ansiosa por encontrar aquello que te hace falta.
El tiempo pasa, y cada día que sientes que no estás allí tu cuerpo empieza a envejecer más, a volverse más débil. Eso nunca antes te había pasado, en el Paraíso podías sentirte joven por siempre, es hora de dejar de pensar en el Paraíso. Pasarás el resto de tu vida enfrente de esa ventana, enfrente de aquellos edificios de color gris, sumergida para siempre en el recuerdo de otros tiempos que ahora deseas que no hubieran terminado.
Y entonces un día de invierno, así sin avisar, aparece aquel que te sacó de ese mundo para traerte a este. Camina por la calle lentamente, con su mirada sibilina que tanto te gustó en aquel momento. Por su culpa mordiste la manzana, por su culpa moriste en aquel instante.
Bajas rápidamente a la calle, sabiendo que tu cuerpo ya no es igual, que ahora todo es más difícil, y empiezas a seguirle por la calle de forma desesperada. Las calles de la ciudad son frías y él parece darse cuenta, comienza a andar más deprisa, recorriendola sutilmente como si se tratara de un reptil. Caminas y caminas, rezando a cada momento para que disminuya la marcha. Sales de la ciudad, sales a sitios que nunca antes habías visto, es como aquella vez en que él apareció en el Paraíso y tú comenzaste a seguir a aquel cuerpo eléctrico.
Llega la hora del crepúsculo y todo parece volverse dorado, todo parece volverse más mágico y es entonces cuando él se para. Llegas hacía él y ni siquiera te mira, solo se mete las manos en el bolsillo y saca un cuchillo afilado y un rosario desgastado. Recuerdas su olor, miras sus ojos, es tal y como le recordabas "ven conmigo" te dice "acaba con todo ésto". Los rayos del sol parecen tragarle en ese momento y te encuentras tú sola en ese claro con aquellos dos objetos.
De pronto lo entiendes, entiendes qué es lo que quiere que hagas, no es lo que más te hubiera gustado pero sabes que no tienes otra opción, que es eso o nada, que tu destino está en manos de lo que hagas en ese momento, que esta es la última oportunidad por saber si irás al Paraíso o a otro lugar peor...
Te pones sobre el cuello el rosario y comienzas a rezar, rezar porque quieres que el destino sea el Paraíso y ningún otro lugar. Rezas y rezas hasta quedarte sin voz, desesperandote a cada palabra y es cuando por fin das por terminada tu plegaria. Sigues diciendo plegarias, sigues diciendo oraciones, y el hermoso cuchillo se posa sobre tus muñecas para rasgarlas, para romperlas, para liberar un río de sangre que puede que sea tu salida.
La sangre corre, se mueve, parece tener vida propia y notas cómo ésta abandona tu cuerpo, sintiendote débil y sola. Las luces doradas se vuelven más brillantes, tu cuerpo comienza a elevarse, termina de salir la poca sangre que te queda. Ahora solo te dejas llevar, asciendes hacia el cielo en espera del lugar que te vas a encontrar. La muerte era tu salida, tu pasaporte a ninguna parte, ahora solo queda esperar en qué lugar proseguirá tu vida eterna.

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