viernes, 14 de febrero de 2014

Paradise I

"Dear John, forgive us our sins" dices constantemente, es un plegaria que ya inunda tu vida. Te emborracha y te hace alejarte de la realidad, o eso es lo que piensas.
Parece que ahora el momento de volver al mundo primigenio, a aquel mundo donde parece que todo era más sencillo, al momento donde las cosas tenían un aire mágico y a la vez podían ser reales. Es el momento de volver al Paraíso.
Todo es fácil, todo ahora es bonito, un aura de felicidad parece inundarlo todo. No eres consciente de nada, Dios ahora está contigo, toda tu felicidad está ahora contigo. Las personas que murieron hace tiempo ahora yacen contigo, la música suena y tú conversas con ellos. Las plantas parecen amarte y bailas al son de la música. Animales misteriosos y hermosos nunca vistos eclipsan tu mirada, no hay peligro, no hay maldad, solo eres una persona que se deja llevar.
La gente camina por aquel lugar, no tienen nada que hacer, tú tampoco tienes nada que hacer. Caminas alegremente y bailas, conversas con los que se encuentran allí, hueles las flores una a una comprobando que todas ellas tienen un olor diferente. Das vueltas como si hubieras consumido múltiples tipos de drogas.
Los días pasan, los años pasan, tú continúas igual, tal y como el primer día que despertarte en aquel lugar. No eres consciente de los días, ni de las horas, la luz violácea del lugar hace que allí no existan los días ni las noches. Es un lugar donde nunca existe el tiempo y, si existe, está perdido en algún lugar de aquel hermoso Paraíso.
Hablas con la gente como si no importara conocerlos, hablas lo mínimo con ellos y no parece que quieras saber nada más. Con ser tú misma te basta, con hacer lo mismo todos los días te basta, con ser feliz así te basta.
Entonces aparece él, surgido de las partes más lejanas del Paraíso. Sus pupilas son rasgadas y eso te llama la atención. Notas cómo te mira mientras hueles las flores, notas cómo te mira mientras te bañas. En aquel lugar nadie nunca se siente solo, pero su presencia hacía que todo eso fuera algo más. Notas cómo el mundo entero se aleja de él, notas cómo las flores parecen cambiar y asustarse, pero a ti eso te gusta, te gusta pensar que es alguien importante.
Los árboles te gritan que no te acerques a él, que ahora es el Paraíso quién te protege y te hace feliz. El Paraíso es una obra de arte pero tú también sientes que él es una obra de arte. Rezas múltiples rosarios intentando dejar de pensar en él, rezas el rosario para intentar arreglar tu mente rota. Pero el Paraíso ha desaparecido de ti y él es la única forma de recuperarlo.
Sus ojos sibilinos te hipnotizan, su mirada rompe tus rosarios y mancha tus sudarios. Sus elegantes movimientos te invitan a seguirle, a continuar por caminos del Paraíso que jamás habrías explorado, te vuelves loca a cada instante y andas y andas siguiendo su eterno rastro.
Entonces el Paraíso cambia, se transforma, la luz violácea parece hacerse más oscura y la vegetación se vuelve más salvaje y siniestra. Hermosos e inquietantes rayos caen del cielo y se pierden en la lejanía, tu hombre se para en un pequeño claro en medio de toda aquella floresta.
Te acercas hacia allí sin poder creer que él haya parado, que por fin habéis terminado vuestro viaje. Un enorme manzano crece en medio del claro y parece alzarse hasta el cielo. Rojas manzanas crecen en sus hermosas ramas, es el árbol más hermoso que jamás hayas visto y sus frutos parecen también verte con deseo. Él se apoya junto a él, sus ojos han pasado a ser un tono anaranjado y sus pupilas rasgadas parecen más y más hipnóticas.
Sabes que vas a pecar, sabes que vas a hacer algo malo, sabes que al Paraíso no le habría gustado que le hayas dado la espalda, sabes que vas a caer, pero sabes que necesitas hacerlo.
Te acercas junto a él y le besas, recorres todo su cuerpo con las dos manos para explorarlo y convertirlo en tuyo. Oyes gritar a miles de árboles en la lejanía, notas cómo los rayos se vuelven más violentos. Tú cada vez tienes más deseos de ser saciada, quieres encontrar la felicidad a cada beso que das. La piel del hombre cada vez se vuelve más rugosa y sus cabeza más puntiaguda. Sigues besándolo y bebiendo de él a cada instante, no notas su cambio en el cuerpo, no notas nada hasta ver que su lengua se alarga y atrapa la tuya.
Abres los ojos y contemplas horrorizada en qué ser se ha llegado a convertir, ante qué monstruo acabas de encontrarte. Cae una manzana.

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