El desierto a veces me gusta mientras que otras lo odio con todas mis fuerzas. Parece que nunca tendré un término medio respecto a como sentirme respecto a él. No sé si es mi amigo, no sé si me interesa ser su amiga. Sólo sé que es como un compañero al que tengo que querer si es que quiero salvarme a mí misma. Después de todo, el desierto ha sido mi refugio, aquello que me salvó cuando ya no sabía qué es lo que debía hacer.
Las ciudades te abruman, te absorben, te hacen morir entre sus calles y vivir entre tu cabeza, aunque puede que sea justamente al revés. Todo te parece extraño, parece que no encajas ahí. Llega un momento en el que la ciudad se desvanece, te pierdes, dejas de comprender aquello que creíste que era lo correcto. Comprendes que te has perdido, que esto ya no puede durar mucho más, que ya no tienes nada que perder...
Parece que en ese momento que el estado de locura te mata, te destruye poco a poco. No puedes aguantar y pronto te vas dando cuenta. Te levantas un día y te miras al espejo, sin saber si serás lo suficientemente fuerte para no llorar. No te reconoces, el maquillaje parece ocultar lo que sientes, ocultar quién eres. Decides no llorar aún, ya podrás llorar más tarde. Solo te centras en coger la maleta de color oscuro e intentar guardar en ese pequeño lugar toda tu vida entera ¿Qué vida entera? No puedes hacer eso, no puedes hacer nada, tiras la maleta contra la pared de la habitación intentando no pensar en lo que acabas de hacer, intentando no pensar qué pasaría si alguien te viera en ese estado...
Las maletas no te hacen falta, nada de lo que tienes ahora te hace falta, ha sido precisamente todo aquello lo que te ha conducido al dolor y a la locura. Dejas la maleta como está, tirada en el suelo, mientras lloras amargamente dejando el maquillaje correr. La luz se filtra por la ventana y tu permaneces tirada con el rostro hundido demasiado lejos. Ya nada puede parar.
Sales de casa con lo que llevas puesto, dejas atrás los bloques de pisos. Te montas en un autobús sin pagar. No has cogido mucho dinero, al lugar al que vas no necesitas dinero. El autobús avanza rápidamente y tus ojos pueden contemplar cómo tu vida anterior se queda ahí perdida entre los edificios y brumas de aquella ciudad sumida en la niebla.
Sabes que en esa ciudad se quedará tu padre, tu hermana, tu novio, tu trabajo, tus sueños... Ya no tienes fuerzas para seguir con ellos, no tienes fuerzas para continuar aquello que se te dijo que debías hacer.
Nunca has tenido libertad, nunca has podido ser tú. Ahora es el momento de ser tú misma, de dejar atrás todo eso durante un tiempo y dejarte fluir por todo lo que te rodea.
Siempre fuiste una chica diferente, extraña, difícil de tratar. Siempre hubo gente que no creyó en ti, gente que lo único que deseaba era que cayeras, que desaparecieras, que dejaras espacio para ellos mismos. Ahora quieres borrar ese mundo que te trató mal. Huyes porque sientes que no tienes otra salida, porque sientes que en estos momentos no estás preparada para ir allí e intentar cambiarlo todo, hacerte respetar y hacerte valer aquello que realmente eres.
Pero no puedes y todo ahora parece muy atrás. El autobús llega a las afueras y tú comienzas a andar, adentrándote en el desierto donde solo habitan los matorrales y seres de los que sólo has oído hablar. Sigues la carretera sin rumbo, sin saber realmente hacia donde te diriges. Ves un bar de carretera pasadas un par de horas y entras sin saber qué hacer. Observas a la gente, una docena de moteros se gira en cuanto entras para mirarte. Saben que eres bonita, tú misma tampoco puedes negarlo, sabes perfectamente que podrías tenerlos a tus pies en tan solo unos instantes.
Pides algo para comer y te sientas en una de esas mesas con ventanas típicas de los bares de carretera. Observas el desierto, observas el silencio que allí se celebra. Parece como si esos matorrales nunca se acabaran, que podrías andar cientos y cientos de kilómetros durante horas y aún seguirías encontrando matorrales. Puede que el mundo sea así, puede que tu mundo sea así. Realmente no sabes nada.
Pagas la comida y lanzas una mirada a uno de los moteros, grasiento, gordo y algo bastante viejo. Rápidamente entiende tu mirada y en poco rato te encuentras tendida detrás de aquel bar de carretera recibiendo un cariño frío y sin amor, un cariño solo dominado por el placer y el deseo de alguien que no había poseído a una mujer desde hace bastante tiempo.
Cobras algo de dinero, nunca antes habrías hecho esto. Ahora todo es diferente, ahora ya no importa lo que hagas y dejes de hacer. Ahora solo importa sobrevivir, huir e intentar sobrevivir sin pensar en ti misma y en lo que te rodea porque sabes en el fondo que esa es la única manera de poder ser libre.
Ahora el desierto lo es todo para ti. Te dejas fluir por sus dunas y matorrales a la vez que duermes bajo sus estrellas. Ahora tu compañía son los animales que habitan por allí. Ahora tu comida son los vegetales que encuentras y la comida de aquel bar de carretera. Tu apartamento ahora es una manta que usas cuando tienes frío. Tu preciada almohada ahora son los granos de arena que no sabes si llegan alguna vez a escucharte.
Ahora es el momento de vivir, de vivir las cosas realmente sin importar todo aquello que un día antes importó. Ahora solo te dejas fluir por todo lo que no eres tú para poder así encontrarte a ti misma, saber quién eres en realidad. El desierto es capaz de cambiar tu vida, de hacerte comprender cuál es el viaje que debes emprender tú en tu interior.
Sabes que esto no durará para siempre, que durará hasta el momento en el que todo cobre sentido y sabes que será aquí donde es donde tiene que ocurrir. Sabes que el pasado no se puede borrar y que sería un error intentarlo olvidar, porque sabes que algún día tendrás que volver a la ciudad y encontrarle un sentido a todo lo que dejaste allí.
Pero ahora no, ahora sabes que no eres capaz. Ahora eres capaz de estar allí oculta entre la arena, de vivir como nunca antes habías vivido. Ahora estás loca, ahora ya nada importa. Ahora por fin eres libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario