jueves, 15 de noviembre de 2012

Hiedra.

La hiedra seguía allí, tal y como la recordaba, tal y como se había mantenido durante aquellos años en las frías paredes de aquella casa. El bosque rebosaba humedad, miles de brumas se formaban allí cada año, dándole al bosque un aspecto misterioso y a la vez mágico. La casa se encontraba en el corazón de aquel bosque, oculta por la humedad y la hiedra, bastante cerca de un río que las hierbas tapaban hasta hacerlo prisionero.
No era la primera vez que acudía allí. Aquella casa, ahora derruida y destartalada, formaba ya parte del bosque, como si se tratara de un elemento propio de él. Aquella casa había sido nuestro refugio, o mejor dicho, mi refugio, un lugar donde pasaba mis hora de soledad con la única compañía que el murmullo del agua y el susurro de las ramas. Aun así hacía tiempo que no acudía mi refugio, demasiado tiempo diría yo, la naturaleza se encontraba más salvaje pero seguía siendo el mismo lugar de siempre. Las mismas sensaciones, la misma confianza, la misma magia de entonces...
Llegabas tarde, llevaba ya esperándote durante un rato y te retrasabas. Ambos nos habíamos separado con el tiempo. Yo me fui a Madrid, dejando atrás nuestra amada Galicia, a cumplir mi sueño de estudiar literatura y con el tiempo llegar a ser escritora. Tu te marchaste, lejos, a un sinfín de países y lugares, a vivir aventuras... Estuviste en Italia, Francia, Escocia, Irlanda...lugares donde a mis ojos se podrían haber cumplido todos nuestros sueños... Aquel verano antes de partir sería nuestro último verano juntos. Recuerdo con claridad cada una de las noches en aquella casa en medio del bosque, alejados de la gente del pueblo, disfrutando de cada instante contigo. El día de la despedida quedé destrozada, no quería perderte, no quería dejar que te marcharas. No quería entender que tu sueño era viajar y vivir aventuras y que lo peor de todo es que yo también querría haber vivido aquel sueño contigo. El miedo, mi inseguridad, mi temor... aquello era lo que había conseguido echarme atrás, dejándome aprisionada en Madrid, leyendo aventuras de los demás y sin vivir las mías propias.
El tiempo pasó. No hubo ningún día que no te hubiera echado de menos, no hubo ningún día que no te recordara. Entonces fue cuando decidí encontrarte. Investigué, pregunté, intenté por todos los medios posibles averiguar en qué lugar del mundo te encontrabas. Y así, sin más, me encontré a mi misma en Nueva York, paseando por cada una de sus calles, perdiéndome entre los paseos del Central Park buscando tu mirada en los rostros de la gente. Allí no te encontré, llegué tarde y tu no tenías teléfono, pregunté y supe que en esos momentos te encontrabas en San Petersburgo y decidí seguir tu rastro. Aquel rastro y mis ansias por encontrarte me llevaron de ciudad en ciudad, de continente en continente. Aprendí a vivir aventuras, aprendí a buscarme la vida y aprendí a superar mis miedos para acudir en tu búsqueda. Todo lo que soñaba se hizo realidad, llegué a lugares donde jamás me hubiera imaginado que me encontraría: Cachemira, Bagdad, Paris, Florencia, Viena... Pero nunca llegué a encontrarte... Cada vez que encontraba donde estabas tu ya te habías marchado y así, sin más, llegó el día donde perdí tu rastro.
En aquel momento decidí volverme a Galicia, volver al lugar que me había visto nacer para alejarme de todo. Pasé una temporada allí sola, donde pude escribir y publicar mis primeros libros. Había logrado lo que había soñado, y todo gracias a tí...
Los meses pasaron y en una de las presentaciones de mis libros en Santiago apareciste. Pasé un largo rato mirándote, estudiando cada facción de tu rostro intentando averiguar si eras tu realmente. Había pasado los años, tu cada había cambiado, tus rasgos se había vuelto más fuertes pero seguías siendo tu, tus ojos parecía haber vivido cosas increíbles pero pese a todo aun seguías siendo tu.
Cuando terminé la presentación acudí a ti. Mi corazón parecía estallar en aquel momento, estaba nerviosa, no podía creer que fueras tu. En el momento en el que me acerqué a ti sonreíste, sonreíste y después me diste un papel donde pude leer "ven a buscarme en el lugar donde nos encontramos". Después de aquello te acercaste hasta mi y me besaste, haciéndome recordar todo lo que tu y yo pasamos. En ese momento me quede perpleja, no sabía como debía reaccionar. Había pasado miles de noches pensando en cómo sería nuestro encuentro, pensando en qué debía decirte, cómo reaccionaría. Pero en aquel momento me quedé de piedra. Tu lo notaste "Mañana te veré, a la misma hora de siempre" me dijiste, y sin más desapareciste oculto en un taxi.
Y allí estaba yo, esperándote. Aquel había sido nuestro lugar desde que te conocí. Yo te mostré ese lugar y fue allí donde dormimos abrazados a la luz de la luna cada una de las noches de verano entre la hiedra. Poco después apareciste entre la vegetación, intentando no tropezar con las raíces y plantas. Nos fundimos en un abrazo, te echaba tanto de menos... Aquella noche serías para mi. Aquella noche sería nuestra. Aquella noche volvimos a dormir abrazados dentro de aquella casita, recordando los viejos tiempos e inciando los nuevos tiempos que nos esperaban. Allí, en nuestra Galicia natal volvimos a encontrarnos y a amarnos, entre el frescor de las hiedras, en aquel bosque donde antaño vivieron las Meigas y cuyo hechizo ya nos había atrapado.
 Allí, en aquel bosque, fue donde volví a ser realmente feliz junto a ti.

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