jueves, 8 de noviembre de 2012

Lluvia.



Corría rápidamente, las calles cada vez se mostraban más laberínticas, no sabía hacia dónde iba y la lluvia era la culpable de ello. Apenas podía ver nada, mi cabello largo y pelirrojo me impedía ver más allá aunque no me importaba. Tan solo quería huir de aquel ser, huir de aquel ser que en un segundo me acababa de demostrar cómo era realmente.
Habíamos quedado aquella noche en su casa. Él vivía en un pequeño apartamento situado en el centro de la ciudad, llevábamos dos meses saliendo. A mi no me apetecía mucho quedar con él aquella noche, estaba cansada y necesitaba descansar. Aun así él insistió, alegando que necesitaba verme. Acudí al piso no muy convencida pero a fin de cuentas era él, le quería, o al menos eso suponía en el momento en el que crucé la puerta. Cuando entré tuve un mal presentimiento, como si intuyera que no debía estar allí, había algo extraño. Cenamos y en aquel momento me di cuenta de que era él el que estaba extraño. No me gustaba la forma que tenía de mirarme, me miraba fijamente, con un brillo de malicia en su mirada. 
Nada más terminar de cenar él se acercó a mí y me rodeó con sus brazos. Comenzó a besarme en el cuello lentamente y noté cómo sus brazos se aferraban aun más fuertes sobre mi cuerpo.
-Debería irme. En serio hoy no estoy de humor- musité, intentando escarpar de aquella prisión que había creado con su cuerpo- El próximo día...
Pero no me dejó salir. Intenté tomármelo a broma, como si aquello no fuese más que un juego suyo pero intuía que algo serio pasaba. Con aquello que le había dicho él debía haberlo intuido. Aquella noche no quería hacer nada con él.
-Hace mucho que me dijiste que lo haríamos- me musitó el al oído- Me muero de ganas... no deberías estar tan tensa. Llevamos un mes...¿No crees que ya es hora de que lo hagamos?
-He dicho que no, ya te estoy diciendo que no estoy de humor…
-No me hagas repetírtelo dos veces.
Volví a mirarle fijamente, todo aquello iba en serio. Él nunca antes se había mostrado así conmigo, tampoco nos conocíamos desde hace mucho tiempo pero siempre me había tratado bien. Él era guapo, demasiado guapo quizás. Eso había hecho que las anteriores semanas me replanteara si le quería de verdad, si era realmente para mí, esa era la verdadera razón por la que aún no había llegado a hacerlo con él. Pero descubrí que tan solo era un cuerpo del que me había encaprichado, un cuerpo que yo misma había idealizado, confundiéndome. Había dejado al chico perfecto por estar con él. Había traicionado a la persona que más me había querido en este mundo, y sólo por un cuerpo que en aquel momento me repugnaba. No había sabido valorar las cosas, no había sabido apreciar las cosas. Yo aún le quería, jamás debí haberlo dejado…
En ese momento me empujó y caí al suelo violentamente. Seguido de esto se puso encima de mí. Comencé a gritar e intentar escapar de allí, alargué mis brazos intentando apartarlo de mí pero enseguida me cogió de los dos brazos, impidiendo que los moviera. Gritaba y gritaba, intentando que me oyeran, intentando que alguien se diera cuenta de lo que pasaba y me ayudara. En aquel momento me golpeó en la cabeza brutalmente, haciendo que perdiera el sentido durante unos instantes. Instantes que él aprovechó para levantarse rápidamente, coger una cuerda que se encontraba en un cajón y atarme las manos juntas. Su fuerza era mucho mayor que la mía, cualquier movimiento que realizaba era cortado por sus manos.
Se desabrochó los pantalones y se los bajó, dejando al descubierto su miembro, ya dispuesto para realizar el acto. Empezó a tocarme, a recorrer todas las zonas de mi cuerpo. Aquello me repugnó e intenté rodar pero él me lo impidió. Siguió tocándome hasta que comenzó a desabrocharme mis pantalones. Seguí gritando mientras las lágrimas resbalaban por mi rostro. En ese momento hice acopio de mis últimas fuerzas, deseando que fueran suficientes para poder salir de aquella pesadilla. Él estaba ya entrando en mi cuerpo y en ese momento comencé a mover mi cuerpo violentamente. No sabía que ocurría exactamente, cerré los ojos pero noté como el peso que se cernía sobre mi cuerpo se desplazaba y una de mis piernas chocaba violentamente contra él.
Abrí los ojos rápidamente y me le encontré, desconcertado, a mi lado. En ese momento me levanté, aprovechando su confusión, y comencé a correr. Conseguí abrir la puerta pese a tener las manos atadas y corrí por los pasillos mientras mordía con mis dientes la cuerda que aprisionaba mis manos.
Afuera llovía pero me daba igual, ya con las manos libres comencé a correr, para poder salir de aquel lugar. Corrí y corrí, no sabía si él me perseguía pero no quise comprobarlo. Mi cuerpo pedía que saliese de allí, que me alejara, que me fuera al lugar que fuese.
Era ya tarde y apenas se veía a gente por la calle, no sabía hacia donde iba y en aquel momento te encontré. No sabía a ciencia cierta si eras tú, si sería mi imaginación pero realmente eras tú, bajo un paraguas de color negro. Me puse delante de ti y a pesar de mis ojos llorosos pude ver que no habías cambiado nada. Te había echado de menos, aun seguía queriéndote.
Corrí a abrazarte y en ese momento tu dejaste el paraguas en el suelo para corresponderme. Me abrazaste, me perdonaste a pesar de haberte abandonado, aun seguías queriéndome. La lluvia caía y empapaba aun más nuestros cuerpos. Esa lluvia parecía que nos renovaba, que nos impulsaba a volver a nacer, a volver a estar juntos pues nunca debimos separarnos.
La lluvia seguía cayendo. Tu seguías abrazándome.  

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