Corría rápidamente,
las calles cada vez se mostraban más laberínticas, no sabía hacia dónde iba y
la lluvia era la culpable de ello. Apenas podía ver nada, mi cabello largo y
pelirrojo me impedía ver más allá aunque no me importaba. Tan solo quería huir de
aquel ser, huir de aquel ser que en un segundo me acababa de demostrar cómo era
realmente.
Habíamos quedado
aquella noche en su casa. Él vivía en un pequeño apartamento situado en el
centro de la ciudad, llevábamos dos meses saliendo. A mi no me apetecía mucho
quedar con él aquella noche, estaba cansada y necesitaba descansar. Aun así él
insistió, alegando que necesitaba verme. Acudí al piso no muy convencida pero a
fin de cuentas era él, le quería, o al menos eso suponía en el momento en el
que crucé la puerta. Cuando entré tuve un mal presentimiento, como si intuyera
que no debía estar allí, había algo extraño. Cenamos y en aquel momento me di
cuenta de que era él el que estaba extraño. No me gustaba la forma que tenía de
mirarme, me miraba fijamente, con un brillo de malicia en su mirada.
Nada más terminar de
cenar él se acercó a mí y me rodeó con sus brazos. Comenzó a besarme en el
cuello lentamente y noté cómo sus brazos se aferraban aun más fuertes sobre mi
cuerpo.
-Debería irme. En
serio hoy no estoy de humor- musité, intentando escarpar de aquella prisión que
había creado con su cuerpo- El próximo día...
Pero no me dejó salir.
Intenté tomármelo a broma, como si aquello no fuese más que un juego suyo pero
intuía que algo serio pasaba. Con aquello que le había dicho él debía haberlo
intuido. Aquella noche no quería hacer nada con él.
-Hace mucho que me
dijiste que lo haríamos- me musitó el al oído- Me muero de ganas... no deberías
estar tan tensa. Llevamos un mes...¿No crees que ya es hora de que lo hagamos?
-He dicho que no, ya
te estoy diciendo que no estoy de humor…
-No me hagas
repetírtelo dos veces.
Volví a mirarle
fijamente, todo aquello iba en serio. Él nunca antes se había mostrado así
conmigo, tampoco nos conocíamos desde hace mucho tiempo pero siempre me había
tratado bien. Él era guapo, demasiado guapo quizás. Eso había hecho que las
anteriores semanas me replanteara si le quería de verdad, si era realmente para
mí, esa era la verdadera razón por la que aún no había llegado a hacerlo con él.
Pero descubrí que tan solo era un cuerpo del que me había encaprichado, un
cuerpo que yo misma había idealizado, confundiéndome. Había dejado al chico
perfecto por estar con él. Había traicionado a la persona que más me había
querido en este mundo, y sólo por un cuerpo que en aquel momento me repugnaba.
No había sabido valorar las cosas, no había sabido apreciar las cosas. Yo aún
le quería, jamás debí haberlo dejado…
En ese momento me
empujó y caí al suelo violentamente. Seguido de esto se puso encima de mí.
Comencé a gritar e intentar escapar de allí, alargué mis brazos intentando
apartarlo de mí pero enseguida me cogió de los dos brazos, impidiendo que los
moviera. Gritaba y gritaba, intentando que me oyeran, intentando que alguien se
diera cuenta de lo que pasaba y me ayudara. En aquel momento me golpeó en la
cabeza brutalmente, haciendo que perdiera el sentido durante unos instantes.
Instantes que él aprovechó para levantarse rápidamente, coger una cuerda que se
encontraba en un cajón y atarme las manos juntas. Su fuerza era mucho mayor que
la mía, cualquier movimiento que realizaba era cortado por sus manos.
Se desabrochó los
pantalones y se los bajó, dejando al descubierto su miembro, ya dispuesto para realizar
el acto. Empezó a tocarme, a recorrer todas las zonas de mi cuerpo. Aquello me
repugnó e intenté rodar pero él me lo impidió. Siguió tocándome hasta que comenzó
a desabrocharme mis pantalones. Seguí gritando mientras las lágrimas resbalaban
por mi rostro. En ese momento hice acopio de mis últimas fuerzas, deseando que
fueran suficientes para poder salir de aquella pesadilla. Él estaba ya entrando
en mi cuerpo y en ese momento comencé a mover mi cuerpo violentamente. No sabía
que ocurría exactamente, cerré los ojos pero noté como el peso que se cernía
sobre mi cuerpo se desplazaba y una de mis piernas chocaba violentamente contra
él.
Abrí los ojos
rápidamente y me le encontré, desconcertado, a mi lado. En ese momento me
levanté, aprovechando su confusión, y comencé a correr. Conseguí abrir la
puerta pese a tener las manos atadas y corrí por los pasillos mientras mordía
con mis dientes la cuerda que aprisionaba mis manos.
Afuera llovía pero me
daba igual, ya con las manos libres comencé a correr, para poder salir de aquel
lugar. Corrí y corrí, no sabía si él me perseguía pero no quise comprobarlo. Mi
cuerpo pedía que saliese de allí, que me alejara, que me fuera al lugar que
fuese.
Era ya tarde y apenas
se veía a gente por la calle, no sabía hacia donde iba y en aquel momento te
encontré. No sabía a ciencia cierta si eras tú, si sería mi imaginación pero
realmente eras tú, bajo un paraguas de color negro. Me puse delante de ti y a
pesar de mis ojos llorosos pude ver que no habías cambiado nada. Te había
echado de menos, aun seguía queriéndote.
Corrí a abrazarte y en
ese momento tu dejaste el paraguas en el suelo para corresponderme. Me
abrazaste, me perdonaste a pesar de haberte abandonado, aun seguías queriéndome.
La lluvia caía y empapaba aun más nuestros cuerpos. Esa lluvia parecía que nos
renovaba, que nos impulsaba a volver a nacer, a volver a estar juntos pues
nunca debimos separarnos.
La lluvia seguía
cayendo. Tu seguías abrazándome.
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