lunes, 11 de noviembre de 2013

Roses.

Mi mente rota se transforma, mi mente rota se muere, mi mente rota resucita. Mi mente rota está rota.
Dicen que los sueños se olvidan. Dicen que los sueños mueren al amanecer, que cuando duermes tu vida cambia completamente y puedes permanecer joven por siempre. Dicen que un sueño es una vida rápida, un nacimiento y una muerte que dura una sola noche o tan solo unas pocas horas. Dicen que el sueño se escapa de ti, de tu realidad, que es como un libro leído con cuentagotas que se muere cuando mueres tú.
Los cuerpos son etéreos, los cuerpos son como el viento, nunca sientes nada que forme parte de ellos. Tú permaneces tumbada sobra la hierba y las luces crepusculares parecen danzar sobre ti. No sabes nada, no te importa nada, los árboles que te rodean parecen querer entrar en ti, saber qué piensas y qué deberías hacer. Las enredaderas comienzan a crecer, a moverse, a recorrer el espacio de suelo donde parece que has decidido nacer. Crecen de una forma sensual y sus tallos deciden danzar alrededor de los árboles. Contemplas el espectáculo como si lo demás no importara, como si pudieras estar allí para siempre. Las enredaderas te gustan, las luces violáceas te gustan, los árboles te gustan, estar ahí en la hierba te gusta.
Las enredaderas comienzan a invadir todo el espacio, a crecer y crecer como si aquello no fuera a tener fin. Una música de piano parece sonar en la lejanía y entonces las enredaderas responden dócilmente a ella, parecen bailar de una forma mucho más exótica, más espiritual, como si al hacerlo no hicieran más que acercarse a Dios. Suena una voz en la lejanía "Llévame allí, ámame allí, llévame a ese lugar que solo existe en los sueños" y tú ya ni siquiera sabes qué son los sueños. "No tengas miedo, entra en el camino del alma, hazte daño entre las rosas, descubre mi nombre entre todos aquellos gritos" y tu mente comienza a despertar como si las rosas pudieran hacerte daño.
Pronto comienzan a sonar más voces y ya no eres capaz de escucharlas todas. Las enredaderas ya no se muestran dóciles, crecen y crecen y poco a poco invaden tu cuerpo puro como si de esta forma intentaran amarte de forma salvaje. Recorren tu cuerpo con pasión mientras tú sientes cómo los brotes rozan tu piel para convertirse en hojas en apenas un instante. Empiezan a taparte, a dejarte sin posibilidad de mirar hacia el infinito que va creciendo por encima de los árboles. Empiezas a sentir todo su peso y a comprender que van a seguir creciendo hasta darte muerte. Dulces voces vienen de sus hojas "No tengas miedo, no sentirás nada. No tengas miedo, nosotras sabemos cantar" y sus hojas crecen cegando tus ojos. Sabes que mueres lentamente, que cada vez te es más difícil respirar, que algo hermoso te está matando, que la belleza y la juventud de las que te fiaste ahora solo quieren otorgarte un final.
 No sale voz de tu cuerpo, no puedes moverte porque estás en el sueño, la música del piano suena cada vez más fuerte y tú finalmente cierras los ojos.
Ahora solo oyes la música del piano, ahora ya las hojas han desaparecido, ahora estás en un camino de piedra que se mueve por un espacio vacío y a la vez infinito. Decides andar sin preocuparte de donde estás. Andas y andas como si supieras que debes ir algún lugar. A tu paso rosas de color rojo brotan a tu paso desafiando el poder de las piedras. Grandes espinas te impiden dar marcha atrás y a tu paso brotan y brotan, y sus espinas parecen crecer más que los propios pétalos. Extrañas melodías salen de sus pistilos, hablan una lengua que tú jamás has oído y que puede que nunca puedas entender. Caminas dejando un rastro de flores mortales cuya belleza y delicadeza es ahora truncada por oscuras espinas.
El viaje continúa y parece que el camino se dirige hacia la luz. Un sol enorme y de color dorado es el final de tu odisea y pronto llegas hacia él. El camino de piedras desemboca en un círculo con hierba y una mesa redonda en el centro.
La mesa es blanca y a tu llegada miles de rosas crecen sobre ella emitiendo su espeluznante sonido. Una botella de vino aparece en la mesa y las rosas parecen invitarte a beber mientras una copa de cristal surge de entre las brumas. Coges la botella, ignoras la copa, y comienzas a beber. No paras, no ves ningún motivo para parar. Tragas el vino como si de agua se tratara, como si fuera en estos momentos lo que más necesitaras, como si ya no tuvieras nada más que perder. Notas cómo el vino entra en tu cuerpo y crece dentro de ti al igual que las enredaderas, como si una gran planta creciera dentro para destruirte. Bebes y bebes y todo parece querer girar. La botella se vacía pero sientes cómo esta vuelve a llenarse y llenarse, una y otra vez, una y otra vez...

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