Las gárgolas se anticiparon, lo supieron. El viento nunca supo cómo reaccionar, solo supieron pararse a observar, observar cómo cambiaba el mundo, cómo todo lo que antes se había conocido desaparecía ante sus ojos.
Era otoño, el típico otoño cuajado de hojas y estrellas de tonos ocres. El viento parecía controlar aquella estación hasta que muriese. No sé qué estoy escribiendo, no sé por qué ahora de repente viene a mi mente el otoño. Supongo que es porque el otoño es un cielo gris, un cielo gris y lluvioso. Mi vida ahora podría ser gris y lluviosa.
Las gárgolas siempre me parecieron hermosas, mucho más bellas que los habitantes de la ciudad. Allí, en aquella ciudad eterna, las gárgolas siempre serán los habitantes que supieron apreciarla de verdad. Ellas no sienten frío, no sienten miedo. Están protegidas por su fealdad, por aterrar a los demás. Creo que de alguna manera sería bonito poder ser una gárgola, poder ser tu mismo dado que nadie quiere dañarte.
Corro por las calles de la ciudad mientras me fundo entre la soledad. El sol aún no ha salido y yo corro para olvidar, para sentir que de alguna manera sigo vivo en esta ciudad ahora olvidada. Corro para ser libre.
El viento me azota en la cara mientras las gárgolas me vigilan desde sus torres, doy vueltas por aquella isla ahora no abarrotada de turistas. Corro sin saber hacia dónde voy, hacia dónde la llovizna me va a hacer parar. No tiene sentido esto que estoy escribiendo, rara vez escribo cosas que sí que lo tengan. Supongo que es como correr. Correr tampoco tiene un sentido, no tiene sentido correr en círculos por un lugar que ya conoces.
Siento la necesidad de abrazar farolas, abrazos de soledad con ellas. Siento el impulso de beber de las aguas de este río que nos rodea, siento la tentación de fundirme con las gárgolas, de amarlas hasta que el sol llegue a lo alto. Siento el impulso de hacer muchas cosas, cosas que no sé para qué me servirían, siento el impulso de hacer tantas cosas...
Es un sacrificio razonable, es un pacto contigo mismo, un pacto con el diablo. Dejas de ser tu para centrarte en una parte de ti. Dejas de lado una parte de tu felicidad para centrarte en otra, para centrarte en ti mismo. No sé a qué parte de felicidad me estoy refiriendo ahora mismo. Sólo sé que ésta ciudad eterna te atrapa y te obliga a elegir. Te presiona para que tomes una decisión, te presiona para que elijas quién deseas ser...
Las vueltas me marean, las gárgolas se aburren, saben qué va a pasar. El viento intenta impedírmelo, intenta ir contra mí para que no pueda avanzar. Me arrojo al río que rodea la isla, dejo que mi cuerpo de sumerja en aquellas aguas heladas que arropan a la ciudad. La ciudad ha acabado conmigo, la felicidad ha acabado conmigo.
Hay miles de cosas aquí no explicadas, miles de cosas que nunca podrán ser entendidas, miles de cosas erróneas, sin sentido. No me importa, se puede decir que la ciudad acabó conmigo, y con ello.
Y sí, vaya mierda de relato.
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