Me senté en aquella mesa vacía. Los cristales estaban empañados, no sabía si estarías fuera pero no me importaba, no esperaba que recorrieses todas las cafeterías de la ciudad buscándome.
La mesa era redonda, pequeña, con azucarillos en el medio y un servilletero de color plateado. Una silla vacía se mostraba frente a mí. ¿Por qué los lugares estaban hechos para ir con gente?¿Por qué en ninguna cafetería no te encontrarás nunca con una mesa y una única silla? Miré la silla unos instantes, quedándome absorta en la madera de color oscuro, sintiéndola vacía y extraña. Iba a pasar mucho tiempo encontrándome con sillas vacías frente a mis ojos.
Pedí un café. Fuera hacía frío y deseaba permanecer allí durante un tiempo, enfrascada en mis pensamientos, flotando en un mar de tonos azulados del que no sabía salir. Tu ya no existes para mi, no me importa que la silla esté vacía, no me importa ser esa persona que aparece siempre sola en las cafeterías. Nacimos para morir, eso es lo que importa. No nacemos para estar con gente, nadie dijo que debemos estar con gente, nacemos para ser felices a nuestra manera, pese a que realmente nazcamos para morir. Nadie dijo que naceríamos en un hermoso castillo rodeados de cosas bonitas para siempre. No se porqué la gente se inventó ese tipo de historias. La gente que inventó esas historias debería morirse ya.
El café estaba caliente, eché el azúcar y lo removí con una cucharilla, esperando que los remolinos que se formaran en él se formaran en mi mente y pensar. Pero ya no podía pensar. La gente del café comenzaba a mirarme, extrañándose de que una persona se encontrara sola allí. Todo eran parejas, familias con hijos o grupos de estudiantes que hablaban de chicos. ¿Por qué?
No quería volver a casa, habría dado lo que fuese por permanecer allí durante todo el tiempo, sumida en mis pensamientos, pero aquella gente me impedía pensar, sus miradas sobre mí hacía en que me fuera incómodo esconderme allí. Miré las sillas vacías, deseando ser una de ellas y no tener preocupaciones más que no se sentara una persona de gran peso encima mío.
Las cafeterías no son lugares para estar solo. Te dan esa impresión, piensas que es romántico estar en una cafetería tu solo, sumido en ti mismo sin que te moleste nadie, disfrutar de un café o una infusión en un intento de que te venga la inspiración y encuentres algo con lo que arreglarte a ti mismo. Pero realmente no es así, la gente va, se divierte, consume y se va. Me habría gustado ir una cafetería como las que yo imaginaba.
Salgo a la calle y mi corazón entero se quiebra a cada paso que doy. Odio que me hagas sentirme así, odio que me hagas llorar. A veces el amor no es suficiente para ser feliz con esa persona. Sé que no estarás aquí, sé que no vendrás a buscarme, sé que desapareceré para siempre, sé que mi nombre se perderá en ese profundo océano que es tu mente. Sé que habrá otras, otras más guapas que yo, otras que aguanten tus estupideces y borracheras. Otras tontas, igual que yo.
Deseo que mis pies no me fallen, quiero que me lleven al final del camino, al final de la vida. Porque si, tu y yo nacimos para morir. Me habría encantado que me besaras bajo la lluvia de diciembre y que estuvieses a mi lado. Me parece increíble que me sintiera sola habiéndome dicho hace unas semanas que serías para mí, que ambos seríamos felices, que nunca más me sentiría sola. Pero las cosas son así, la vida es así, tu y yo nacimos para morir.
La nieve comienza a caer, la ciudad se vuelve extraña. Mi vida es un copo que cae hermoso y ligero, desorientado, para después caer y derretirse en la lluvia eterna. El ruido de los coches emborrona mi mente, mi mirada está perdida al igual que la luz del sol bajo las nubes y el hielo. Pronto anochecería, y las cosas son más difíciles por la noche. Por la noche cierro los ojos, y te veo a ti en mi oscuro mar. Te veo a ti, en mi cama, con tu perfume de recuerdos, borrachos los dos de amor.
No sé porqué sigues haciéndome sonreír cuando lo que debería hacer es llorar. Lloro para olvidar, lloro para que mi mente crea que las cosas van mejor, lloro para que parezca que todo se va a solucionar.
No se porqué a cada paso que doy siento que estoy más lejos de ti, más lejos de tus besos, de tus caricias, más lejos de las cafetería donde pasábamos las tardes tomando un café.
Las cafeterías no son sitios para estar solos, son sitios para ir contigo y pasar un buen rato. Llévame al olvido, haz que olvide todo lo malo de ti, haz que no me duela lo aquello que siento por ti. Cada día me destrozas más, cada movimiento tuyo rompe una parte de mí. Quiero olvidarlo todo, quiero que desaparezca el momento en el que te vi por primera vez. Quiero romper las cadenas del recuerdo y perderte para siempre, quemar aquello que me lleva a la oscuridad y al dolor.
No sé porqué aún no he muerto ya. Tu y yo nacimos para morir.
lunes, 28 de enero de 2013
sábado, 26 de enero de 2013
Dark Paradise.
Las copas caían, los hielos de derretían , la gente bailaba a través de esos hielos ya abandonados. Nunca me di cuenta de lo que ocurría, las cosas ya se habían vuelto borrosas y el humo de color violeta de aquel sitio nublaba aún más todo lo que veía.
La gente no paraba de bailar. Yo cerraba los ojos, dejándome llevar por aquella música ruidosa, intentando concentrarme en mi mismo. Te dices a ti mismo que todo va bien, que las cosas saldrán como piensas, te pierdes entre la multitud sintiendo que aquella gente que no conoces te arropa, y realmente lo que ocurre es que te asfixia entre sus voces y movimientos. La gente te atrapa, como si te envolviera y te hiciera invisible para el mundo. Tu no importas entre aquella multitud, hagas lo que hagas nadie se va a dar cuenta de que existes, nadie te va a mirar, tu copa es lo único que sabe que existes y al mismo tiempo quiere tomar posesión de ti.
Cierro los ojos y me encuentro en un paraíso oscuro, en una isla desierta de nieblas eternas. Allí si que puedo ser libre, allí si que puedo correr junto al viento y recorrer todos mis pensamientos. Te encuentras allí, sin saber que decirte a ti mismo, estás en mitad del océano y una música se oye lejana a tus recuerdos. Esa melodía te dice que huyas, que escapes, que cada vez que cierres los ojos te encontrarás en ese paraíso oscuro. Aquel paraíso ya no te gusta, es algo igual a la gente, te atrapa, te destruye a ti mismo mediante tus propios pensamientos.
Te dices a ti mismo que todo va bien, no dejas de repetirte eso, intentas volver a la realidad e intentas bailar más rápido, tomando otro trago de tu copa y prestando una mayor atención a aquella música que no te gusta. No hay ningún remedio para tu mente, cada vez que cierres los ojos te encontrarás en ese lugar. Dices que estás bien cuando lo único que desearías es la muerte, quemar esa isla oscura en lo que se ha convertido tu mente...
Comienzas a volverte loco, a sentir cómo esa copa que pediste toma posesión de ti, sometiéndote a su voluntad. Bailas más rápido, te chocas con la gente y esta comienza a apartarse. Abres los ojos en un intento de no perder el equilibrio y ver dónde te encuentras. Ya no sabes si era mejor tener los ojos cerrados o abiertos, en realidad ya no sabes nada. Abres los ojos pero la copa ha cegado tus ojos, sigues sin ver nada. Con dificultad sales del club mientras la gente ríe entre sí con una copa de vino en la mano.
Afuera está oscuro, una farola alumbra la calle, una triste y solitaria farola que puede alumbrar tu paraíso oscuro. Corres hacia ella en un intento de que su luz te salve e ilumine tu alma. Te sientas junto a ella, abrazándola, antes de que tu oscuro paraíso vuelva a ti.
Tu mente no deja de dar vueltas, a sumirse en la lobreguez de las tinieblas mientras viajas a lugares nunca vistos. Nadie tiene compasión de ti, te precipitas al vacío entre risas y pensamientos prohibidos. Las palabras entran en tu mente, risas de gente que baila en el club sin saber que pronto también se perderán a sí mismos.
Allí sentado, viajando en la negrura, voces de extrañas sirenas cruzan tu mente. Te dicen que duermas, que permanezcas allí para siempre, que la eternidad está cerca y el oleaje te llevará hasta ella. La copa, ya perdida y echa pedazos entre zapatos del club te dice que no te levantes, que todo estará bien si te olvidas de ti mismo. Las sirenas son hermosas pese a que no puedas verlas, te susurran cosas que ya no eres capaz de entender, palabras sin sentido que tu mente no es capaz de asociar.
Las sirenas hablan, la nieve comienza a caer del cielo. Las sirenas te dicen que permanezcas con los ojos cerrados, siendo iluminado tu rostro por la luz de la farola. No importas nada, nunca importarás nada, las sirenas lo saben, palabras sin sentido entran rápidamente en tu alma. El oscuro paraíso se adueña de ti, tu mente deja de funcionar, la muerte eterna llega a ti entre delicadas lloviznas...
Tu cuerpo queda ahí tendido, consumiéndose por la nieve. La gente que sale del club no te ve, ríe entre pensamientos lascivos a la vez que camina. El oscuro paraíso se adueña de tu mente, deja tu cuerpo ahí tirado mientras se aleja a lugares que nunca existieron, liberándote y a la vez sumiéndote en su sueño eterno entre delirios de cristal.
La gente no paraba de bailar. Yo cerraba los ojos, dejándome llevar por aquella música ruidosa, intentando concentrarme en mi mismo. Te dices a ti mismo que todo va bien, que las cosas saldrán como piensas, te pierdes entre la multitud sintiendo que aquella gente que no conoces te arropa, y realmente lo que ocurre es que te asfixia entre sus voces y movimientos. La gente te atrapa, como si te envolviera y te hiciera invisible para el mundo. Tu no importas entre aquella multitud, hagas lo que hagas nadie se va a dar cuenta de que existes, nadie te va a mirar, tu copa es lo único que sabe que existes y al mismo tiempo quiere tomar posesión de ti.
Cierro los ojos y me encuentro en un paraíso oscuro, en una isla desierta de nieblas eternas. Allí si que puedo ser libre, allí si que puedo correr junto al viento y recorrer todos mis pensamientos. Te encuentras allí, sin saber que decirte a ti mismo, estás en mitad del océano y una música se oye lejana a tus recuerdos. Esa melodía te dice que huyas, que escapes, que cada vez que cierres los ojos te encontrarás en ese paraíso oscuro. Aquel paraíso ya no te gusta, es algo igual a la gente, te atrapa, te destruye a ti mismo mediante tus propios pensamientos.
Te dices a ti mismo que todo va bien, no dejas de repetirte eso, intentas volver a la realidad e intentas bailar más rápido, tomando otro trago de tu copa y prestando una mayor atención a aquella música que no te gusta. No hay ningún remedio para tu mente, cada vez que cierres los ojos te encontrarás en ese lugar. Dices que estás bien cuando lo único que desearías es la muerte, quemar esa isla oscura en lo que se ha convertido tu mente...
Comienzas a volverte loco, a sentir cómo esa copa que pediste toma posesión de ti, sometiéndote a su voluntad. Bailas más rápido, te chocas con la gente y esta comienza a apartarse. Abres los ojos en un intento de no perder el equilibrio y ver dónde te encuentras. Ya no sabes si era mejor tener los ojos cerrados o abiertos, en realidad ya no sabes nada. Abres los ojos pero la copa ha cegado tus ojos, sigues sin ver nada. Con dificultad sales del club mientras la gente ríe entre sí con una copa de vino en la mano.
Afuera está oscuro, una farola alumbra la calle, una triste y solitaria farola que puede alumbrar tu paraíso oscuro. Corres hacia ella en un intento de que su luz te salve e ilumine tu alma. Te sientas junto a ella, abrazándola, antes de que tu oscuro paraíso vuelva a ti.
Tu mente no deja de dar vueltas, a sumirse en la lobreguez de las tinieblas mientras viajas a lugares nunca vistos. Nadie tiene compasión de ti, te precipitas al vacío entre risas y pensamientos prohibidos. Las palabras entran en tu mente, risas de gente que baila en el club sin saber que pronto también se perderán a sí mismos.
Allí sentado, viajando en la negrura, voces de extrañas sirenas cruzan tu mente. Te dicen que duermas, que permanezcas allí para siempre, que la eternidad está cerca y el oleaje te llevará hasta ella. La copa, ya perdida y echa pedazos entre zapatos del club te dice que no te levantes, que todo estará bien si te olvidas de ti mismo. Las sirenas son hermosas pese a que no puedas verlas, te susurran cosas que ya no eres capaz de entender, palabras sin sentido que tu mente no es capaz de asociar.
Las sirenas hablan, la nieve comienza a caer del cielo. Las sirenas te dicen que permanezcas con los ojos cerrados, siendo iluminado tu rostro por la luz de la farola. No importas nada, nunca importarás nada, las sirenas lo saben, palabras sin sentido entran rápidamente en tu alma. El oscuro paraíso se adueña de ti, tu mente deja de funcionar, la muerte eterna llega a ti entre delicadas lloviznas...
Tu cuerpo queda ahí tendido, consumiéndose por la nieve. La gente que sale del club no te ve, ríe entre pensamientos lascivos a la vez que camina. El oscuro paraíso se adueña de tu mente, deja tu cuerpo ahí tirado mientras se aleja a lugares que nunca existieron, liberándote y a la vez sumiéndote en su sueño eterno entre delirios de cristal.
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